DESPUÉS DE LA MUERTE, LA VIDA RESUCITADA

              Hemos intentado seguir a Jesucristo a lo largo de la Cuaresma. Hemos escuchado sus palabras encendidas, que llegaban a nuestro corazón. Hemos contemplado sus signos maravillosos, sobre todo el signo del pan partido y compartido, el pan roto y ofrecido, el pan que se deja comer. Este pan era su cuerpo roto en la cruz y ofrecido por nosotros con el amor más grande. Fue como aquel frasco de alabastro que María, la hermana de Lázaro, rompió y la casa se llenó del olor de nardo puro. Cristo roto llenó el mundo con el perfume más exquisito. Puso en todo el duro proceso el sello de su amor, y así transformó en gracia lo que era pecado.

La crueldad se convirtió en ternura.

La injusticia se convirtió en misericordia.

El dolor se convirtió en sacramento.

La muerte se convirtió en recreación, vida nueva resucitada.

        Más la muerte sigue siempre presente en nuestro horizonte vital. ¡Qué fea es la muerte!, decía un niño después de perder a su padre. Y es fea, efectivamente, y cruel u ladrona, nos roba los tesoros más queridos.

        Ah, pero desde que murió Cristo la muerte dejó de ser fea, porque Él la vistió con un manto de Rocío y Esperanza. La muerte de Cristo derrotó a la muerte, que perdió su aguijón y su inhumanidad. Desde entonces la muerte pasó a ser de enemiga a “hermana”, que decía San Francisco de Asís; la muerte sería un paso liberador, la Pascua.

        Cuando Cristo murió, el velo del Templo se rasgó, y la divinidad abrió todas sus puertas. Ya tenemos acceso libre a la casa de Dios. Cuando Cristo murió. Se abrió el cielo y empezó a llover divinidad, es decir, misericordia y perdón, riqueza de dones y fuego de Dios.

        Este día santo la Iglesia anuncia con alegría al mundo, una noticia cargada de esperanza, la muerte no termina en nada, en vacío total y silencio definitivo; no es un chocar una vez y otra contra un muro imposible de traspasar, sino que la muerte es un paso hacia la vida: ¡Cristo ha resucitado! El beso del Padre y el aliento del Espíritu vivificaron el cuerpo muerto de Jesús. Ya no está allí, en el sepulcro, sino que está aquí, con nosotros y en nosotros, abrazando la cruz a la que estuvo clavado. JESÚS DEL CALVARIO.

        ¿La Semana Santa?, bueno, mejor lo dejamos para otra ocasión, pero tuvimos la dicha de realizar, íntegra, nuestra estación de penitencia, este año, y lo teníamos merecido, el Lunes Santo, fue Calvario, y la lluvia que cayó fue el Rocío y la Esperanza de nuestra Madre bendita cobijada por su palio de oro.

        Feliz Pascua de Resurrección a Todos, hermanas y hermanos,

 

Tomás García Torres.

Director Espiritual.